Saludos desde la Base Orcadas

EscriPIONEROS IRREDENTOS

Pese al tiempo transcurrido desde aquella lejana incursión a los mares del sur, aún perdura en mi memoria la congoja que me produjo el contacto con un puñado de desguarnecidas tumbas, a cuyos ignorados moradores el destino les asignó como cobijo final un solitario peñón del Archipiélago Antártico; la Isla Laurie.
Lo más atípico de este accidente geográfico es lo exiguo de su superficie “habitable”; un rincón entre el glaciar y las montañas, de poco más de 400 m de largo por 200 de ancho. En ese paupérrimo espacio ubicado en el confín del Atlántico Sur, un grupo de pioneros comenzó a construir, el 22 de febrero de 1904, el Observatorio Naval Orcadas.









Con relación a dicho emprendimiento, es oportuno citar un aforismo que enuncia: “La pertenencia de un territorio, realmente se concreta cuando enterrado bajo los pies, se tiene un muerto a quien recordar”.
El humilde cementerio de Laurie, es el testimonio fehaciente de que, en la isla, dicho apotegma se cumplió con creces. El mencionado camposanto carece de alegorías formales; ni lápidas, ni floreros funerarios, ni dolientes visitantes. Solo el helado viento antártico, aullando un perpetuo responso, sobre una decena de montículos de piedra coronados por rústicas cruces de madera.
Pese a la intencional uniformidad con que se acondicionó el sector, una de las tumbas se destaca del resto por ser la única identificada con una cruz de mármol. Sobre el mencionado símbolo sacro alguien encargó grabar esta escueta inscripción:

“Otto Diebel - R.I.P – 26-3-1858 – 25-9-1905 –
Vives con cariño en el recuerdo de tu hijo”.

¿Quién fue Otto Diebel?... ¿Qué circunstancias lo llevaron a morir en ese minúsculo promontorio perdido en la inmensidad del Mar de Weddell?... ¿Cómo llegó hasta allí la singular cruz de mármol?... Interrogantes que, en aquel momento, los responsables del Observatorio Naval, no me supieron develar.
Después de mucho tiempo, y como consecuencia de un hecho circunstancial, esas distantes y casi olvidadas preguntas me fueron respondidas de manera inesperada y enigmática, casi podría decirse fantasmal…
El disparador fue la publicación en Internet de una crónica de viaje en la que describí los escenarios que más me impactaron durante la Campaña Antártica que realicé entre el 26/11/ 1956 y el 19/03/1957, entre los cuales el mencionado cementerio ocupó un lugar destacado. Uno de los pocos comentarios que suscitó la narración entre mis exiguos lectore